La cuarta transmutación ya se respira en el aire: los pajaritos cantan alegremente y los conejitos salen de sus madrigueras al más puro estilo de Blanca Nieves; la gente ha dejado a un lado la corrupción y soplan los vientos del cambio (fufifiuuu, fufifififiuuuu...bueno, el silbidito de Wind of Change de Scorpions).
Una de las cosas más notorias que hizo ALMO, para tener coherencia en su gobierno austero y preocupado por el pueblo, es el hecho de haber dejado la Residencia Oficial de Los Pinos como casa del presidente y tener la intención de mudarse a un cuarto de azotea con un petate en Palacio nacional. Los Pinoles, como también se conoce a la casota que ocuparon varios sex-presidentes, ahora funge como museo, en donde la gente puede apreciar ciertas atracciones tales como la recámara vacía, la sala vacía, eeeeh...la cocina...vacía...y el baño tapado que nunca pudo arreglar Miguel Alemán.
Sin embargo, tras un par de días de este suceso glorioso, los curadores del nuevo museo se dieron cuenta que algunas áreas de Los Pinos no tienen energía eléctrica. Al atender el problema, descubrieron que alguien agarró y sacó los cables de luz, los cuales se cuantifican en varios kilos de cobre de los que se puede sacar un buen billete (calcularon que unos $800 devaluados en cualquier chatarrería).
Tras las investigaciones, se encontraron huellas digitales marcadas con chocolate alrededor de los agujeros de donde se extrajeron los cables, y dichas huellas corresponden nada más y nada menos que a Peña, quien, dedujeron, también se llevó toallas, jabones y champuseses de los baños.
"Ejto de jeguro lo hijo para molejtar", declaró AMLO, quien también aseguró que Peña debe haber ido a vender los cables "al kilo" para poder pagarse su boleto de autobús a Europa, en donde piensa residir.
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